In Memoriam de Miguel Ángel Ruiz Ortega

En esta época de cuarentenas y datos horrendos nos asaltan cifras, números de personas, de contagiados y desgraciadamente fallecidos. Todos tienen un nombre y apellido, profesión, parientes y amigos. Una desgracia sobrevenida en tiempo y forma, traducida en perdida de futuro y de relaciones. Ilusiones quebradas y lagrimas derramadas para los que sobreviven a este tsunami que nos ha tocado vivir.

El sábado 21 conocí la desgracia del fallecimiento del primer veterinario, Miguel Ángel Ruiz Ortega, un compañero que trabajaba en el Centro Veterinario Toledo. Comencé a escribir a personas que han tenido contacto directo, como Fernando Martín del Centro Veterinario Fuensalida. A partir de ahí comenzó una cadena de llamadas que nos han unido en este momento de homenaje y recuerdos, de lagrimas por su perdida y de sonrisas por esos momentos que se agolpan y que quedan para siempre.

Por supuesto, este In Memoriam esta abierto a muchos más compañeros que en algún momento quieran sumarse, me consta, y a quienes pido disculpas por no haber tenido oportunidad de contactar.

Gracias a todos por la colaboración y por abrirme vuestros corazones y recuerdos. En esta profesión nos une muchos más sentimientos que razones y eso la convierte en una profesión maravillosa. Seguimos perdiendo personas queridas a causa de esta tragedia. Ojala todos puedan tener un recuerdo tan sentido y con tanto cariño como Miguel Ángel deja entre los que han compartido su vida y esta bendita profesión.

Pedro P. Esteve.  Diagnosfera

En estos días en los que el mundo, y en especial nuestro país se ve golpeado por el dolor,  serán de duro recuerdo especialmente para los que conocimos a Miguel Ángel Ruiz Ortega, mi maestro y gran amigo.

Corría el año 2007 y yo buscaba sin suerte la oportunidad de poder trabajar y formarme en clínica equina, cuando un antiguo compañero de facultad me presentó con ese propósito a Miguel Ángel . Desde el primer momento supe que se trataba de una persona especial , por su trato cercano y disposición para ayudarme sin conocerme absolutamente de nada.

Más de una década después puedo asegurar que ése fue uno de los momentos mas acertados de mi vida , ya que junto a él, no sólo adquirí la experiencia clínica que tanto deseaba , sino que transcendió a un ámbito mayor, el personal.

En mi caso, sus consejos y respaldo me han acompañado desde entonces , pasando por el proyecto de vida que supone formar una clínica veterinaria, compartiendo buenos y malos momentos conmigo y mi familia, y ayudándome siempre que lo he necesitado hasta estosdías… en los que tristemente nos ha dejado.

Todos conocemos las grandes virtudes de Miguel Ángel como veterinario clínico y cirujano , desde aquí me gustaría resaltar su enorme valor humano, una persona siempre dispuesta a prestar desinteresadamente su ayuda los demás, que compartía sus experiencias y conocimientos con otros muchos jóvenes veterinarios, al igual que conmigo, por ello destaco también su gran vocación docente, con una forma muy especial de transmitir sus enseñanzas que le ha convertido en Maestro de muchos compañeros de profesión , muchos de los cuales,  he tenido la oportunidad  de conocer y conservar su amistad gracias a él .

Miguel Ángel ha sido una persona extraordinaria , en toda la extensión de su significado, y ha dejado una huella imborrable en todos los que hemos tenido la suerte de conocerle y compartir vivencias con él .

Te vamos a echar muchísimo de menos. Un gran abrazo Maestro.

Con todo mi cariño y agradecimiento.

Luis Ángel López Tapial. Clínica Veterinaria Valdehierro

No sabes lo que aprecias a una persona hasta que la pierdes.

Y yo le había perdido la pista a Miguel Ángel unos años, después de mi año de internado en cirugía. Fue un año muy intenso, de trabajo y de risas, mucho de las dos cosas.

Allí estábamos todos a las 8 de la mañana: profesores, internos y propietarios con sus mascotas, bajo la dirección del Prof. Dr. Dieter Brandau, y sus manos derecha e izquierda, Laura de la Campa y Miguel Ángel Ruiz Ortega, tanto monta, monta tanto.

Con 2 quirófanos trabajando a la vez, en una mañana podíamos hacer 6 ó 7 intervenciones y acabar a las 12 h. Aprendíamos haciendo, y nos dejaban hacer.

Ironías del destino, hoy estamos todos con mascarillas y recuerdo aquella época, que estábamos igual todas las mañanas. Y los ojos de Miguel Ángel, que se achinaban al sonreír cuando soltaba alguna de sus sentencias. Cómo nos tomaba el pelo…y nos reíamos todos.

Luego, amante como era de la música, le convencimos para que entrara en la Coral Veterinaria Complutense, dirigida por Pilar Alvira. Más risas. Los tenores éramos, literalmente, una banda. Un chiste por cada nota que dábamos, qué tiempos…

Pero le perdí la pista unos años. Hasta que en la representación de “Amahl y los visitantes nocturnos”, una ópera de Menotti en la que cantaba, me lo encontré a la salida de la función. Fue en el salón de actos de una Caja de Ahorros -no recuerdo cuál- de Toledo. Y allí estaba él esperándome para felicitarme por el espectáculo. Recuerdo la alegría que me produjo y supe lo importante que había sido para mí.

Por desgracia, la vida nos lleva cada uno por un camino y apenas coincidimos 3 ó 4 veces más en congresos y charlas veterinarias, dónde si no. Y la misma sensación, a este tipo le quiero un montón, es buena gente.

Ahora que sé que no nos vamos a volver a ver, me reconforta saber que mi cariño hacia él es compartido por todos los que le conocimos y admiramos. Y me emociona saberlo.

Gracias por haberte conocido, Miguel Ángel. Y descansa en paz.

Miguel Ángel Valera. Policlínica Veterinaria Centauro

La noticia de la muerte de Miguel Ángel nos ha cogido por sorpresa a todos los que le conocíamos. Cuesta y nos seguirá costando, hablar de él en pasado ya que era una persona de esas, que por su calidad humana, pasan por tu vida para quedarse. Me cuesta también hablar de él como mi jefe. Indudablemente existía, en la época en la que nos conocimos, una relación contractual entre los dos, pero él llevaba esa situación más allá, con conversaciones de amigo y reflexiones propias de un padre.

Después de mi paso por Toledo, empecé a trabajar en la Facultad de Veterinaria de Cáceres. Cuando llegué allí, lo hice con una mochila llena de consejos sobre la carrera profesional dentro de la Universidad, que él me había dado y por los que le estaré eternamente agradecido, que tenían origen en su experiencia como docente en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid.

Se nos ha ido, aunque siempre estará presente en nuestro recuerdo, un gran veterinario y una extraordinaria persona.

Javier Duque. Hospital Clínico Veterinario Universidad de Extremadura

Cuando ayer recibí la llamada del compañero Pedro Esteve solicitándome unas palabras sobre el que fue mi amigo, maestro, compañero, muchas veces como un padre, asesor emocional y laboral y mil calificativos más que podría añadir hacia la persona de Miguel Ángel, pasaron mil ideas en mi cabeza de cómo podría enfocar el tema y quería hacerlo desde el máximo respeto y admiración que he sentido, siento y sentiré hacia su persona.

Hablar de él sería como hablar mucho de mí y de cómo, en un momento maravilloso de mi vida, su rumbo se cruzó con el mío y a partir de ese mágico momento ya nada sería lo mismo.

Fue por allá en el año 2002, recién acabada la carrera cuando fui a trabajar a Toledo. Mi primer trabajo en  Clínica Veterinaria Zarpazoo de la capital manchega y con un mundo gigantesco por descubrir. Allí tenía yo, aparte de unos pocos años menos, más valor y coraje que conocimientos como creo que cuando todos empezamos. No se me ponía nada por delante y afrontaba cada consulta o urgencia como un reto y un a ver como salgo de esta. Todo iba saliendo bastante bien y fueron unos días de mucho trabajo y de mucho aprendizaje hasta que una noche recibí una llamada de urgencia de un perro atropellado. Un labrador que no podía  levantarse de extremidades posteriores y un matrimonio de edad adulta llorando y con esa mirada de condescendencia que tienen nuestros clientes cuando te piden sin decir una sola palabra, por favor salva a mi perro y haz que todo sea como antes. Yo no sabía por dónde tirar pero me habían hablado y facilitado el número de teléfono de un Veterinario de allí, en Toledo, que si alguna vez tuviese yo un problema podía contar con él. Eso a mí en aquella época me pareció algo de lo más normal, el hecho de que alguien de la competencia viniese al centro donde yo trabajaba a solucionarme y ayudarme en la urgencia de forma desinteresada, ya que no cobraba él la urgencia. A día de hoy, después de 18 años trabajando, ya con mi clínica propia y habiendo estado en tres ciudades diferentes, aquello lo considero de un auténtico acto de bondad y solidaridad inviable, imposible e impensable hoy sin que haya dinero por medio o algún beneficio detrás de todo esto en el centro que te ayuda. Y lo digo no por criticar la forma en que se trabaja ahora, sino porque este tipo de ayudas que recibí de su parte (no fue la única vez que vino a ayudarme) denotan una personalidad noble, buena, humilde y de buen compañero que quien lea estas palabras entenderá a la primera y tengo que ponerlo de manifiesto porque sería injusto no exponerlo para entender como era Miguel Ángel.

Al perro le realizo una placa con un contraste en medula y vimos que tenía en columna fracturas múltiples a nivel lumbar. Hace veinte años, como ahora, eso tiene mala solución y se decidió eutanasiar. Fue mi gran amigo el que hablo con los dueños y ayudo a pasar el duelo a ellos y a mi, que en una esquina me encontraba atónito por todo lo que estaba pasando.

Pasaron los años y al irme yo a Guadalajara a trabajar y luego a Madrid, perdimos el contacto directo que tuvimos esos dos años que estuve trabajando en Toledo. Pero fue en el 2011 cuando abrí mi propio centro en la zona sur de Madrid, cuando volví a llamarle para estudiar la posibilidad de que viniese a hacerme las cirugías más delicadas, las traumas y alguna cosa que se me escapase de mis conocimientos.

Y así fue, porque como por todos es sabido y su curriculum expone (ya lo sabréis por otros compañeros que han trabajado codo con codo con él durante muchos años), era mejor cirujano que persona si es que eso era posible. Y aun me cuesta hablar en pasado, se ha ido en cuerpo pero su impronta y su hacer seguirán para siempre en los que le conocimos.

Los martes que el venía con su auxiliar Álvaro a operar, eran días de fiesta. Cuando entraba por la puerta con su andar pesado y espeso de esa persona que ha sido tremendamente trabajadora, luchadora, inagotable, que ha dedicado de lunes a domingo a atender a sus pacientes y a la que el tiempo y los años no van perdonando, como nos pasa a todos, ya solo con su entrada era una sonrisa en todos los que estábamos en el centro. En quirófano siempre nos entretenía con un chiste y dejaba un minuto de ligar un pedículo ovárico o de quemar con electrobisturi los vasos de una cadena mamaria, o de perforar la cresta de una tibia para contarnos el último chiste que había aprendido. Era un espectáculo de persona. Y todas, absolutamente todas las cirugías que me hacía eran un éxito seguro. Una seguridad fulminante. Y al terminar, recogía con esa tranquilidad que le caracterizaba y vuelta a su coche para Toledo a seguir pasando consultas sin parar. Bueno, no sin antes en muchos casos tomarse media tortilla de patata que había comprado en el bar de al lado. Tenía buen comer y siempre me reclamaba algo para después de las cirugías.

Disfrutaba explicando a los clientes como iba a ser el proceso de la cirugía antes de operarles. EL protocolo de anestesia, el por qué y para que de cada cosa y que se pretendía hacer con el procedimiento. Daba igual el tiempo que invirtiera, cada explicación requería su absoluta dedicación. Aunque luego las cirugías, se retrasaban casi siempre.

Y yo soy así, me ha hecho ser de esa forma y atender al cliente de forma exquisita por encima de todo. Dedicar al paciente muchas veces más tiempo del necesario hasta que bastantes veces me tienen que dar un toque de atención las compañeras y auxiliar avisándome que tenemos la clínica saturada. Esa dedicación que el paciente requiere, ese respeto por el dueño y la mascota que viene a pedir nuestro consejo y a dejar su dinero en nuestro negocio, me lo enseño él.

Podríamos juntarnos todos los que le conocimos y estaríamos contando anécdotas de su persona durante días pero todos coincidiríamos en las mismas cosas seguro. Su pasión, dedicación, sabiduría y las manos que tenía para el quirófano, bien conocidas por muchísima gente, serian elementos comunes en estas charlas.

Quiero desde aquí, y gracias a la oportunidad que se me ha dado de mostrar en pocas palabras lo que ha sido Miguel Ángel para mí, agradecer enormemente la suerte que tuve de conocerle cuando justo estaba empezando y que tu carácter y tu forma de hacer las cosas, nos ha marcado a una generación que seguimos respetando y amando esta profesión como tú lo hacías.

Un fuerte abrazo y siempre estarás entre nosotros en cada gesto, palabra, acto y forma de llevar la clínica que aprendimos de ti. Maestro.

José Vicente Tapiador. Clinica Veterinaria Retriever

Me piden que escriba unas líneas sobre ti pero es muy difícil resumir cuatro años de trabajo, a lo que llamábamos aprendizaje intenso, o muchos más años de amistad. Años que van desde aquel día en el que aquella “niña” de apenas 23 años, recién licenciada sin experiencia, asustada y con muchas ganas de trabajar hasta hoy.

Cada día que pasa desde el viernes pasado, me acuerdo de miles de historias como si fuesen hoy.

Escucho en mi cabeza tu: ¡Vamos, vamos vamos…!, para cuando nos pedías algo que querías y ponernos nerviosos.

Me enseñaste muchas cosas:

  • Los nervios no sirven para nada ante cualquier situación de urgencia, sólo para perder el tiempo. Que los dejase para después.
  • A no dejar para mañana lo que pudiéramos hacer hoy, mañana podría ser peor.
  • A hacer las noches, días y los fines de semana, lunes.
  • A ayudar a los demás, si un compañero estaba agobiado, necesitaba ayuda, aparecías sin más.
  • A entender y a no criticar a ningún compañero, porque todo estaba bien hecho acorde con el momento y la situación, todo tenía una explicación.
  • A que los problemas había que tomarlos tal y como venían, y a partir de ahí solucionarlos. No eras persona de decir lo siento, pero sí de buscar soluciones.
  • Si algo salía mal, era una cura de humildad. Siempre los pies en la tierra y a nunca creerse más que los demás, hay mucho que aprender cada día y nunca sabremos demasiado.
  • Cuando íbamos a las fincas a ver caballos, siempre decías: “De lo que llevamos no se nos olvida nada” y daba igual que se nos olvidara algo, “MA McGiver”, como te llamaba, lo solucionaba, que faltaba sutura, un pelo de un caballo, que faltaba un acial, pues con un palo y una pita… ¡¡Era impresionante!!!

Recuerdo cuando me llamabas por algún “marrón” y me decías: “Coco, dime un color” y yo:”¡¡Negro!! Tú: “No, tanto no…” Yo:” bueno, pues marrón oscuro”, “venga, vale”, decías tú…  Yo: “Cuéntame”, Tú: “en cinco minutos te recojo y te cuento de camino”. Y ya en el coche nos hacíamos llamar CSI en (nombre de la finca donde íbamos) con MA Grissom y Coco Scully investigando a las tantas de la madrugada el porqué se había muerto un caballo, o sí el potro había nacido vivo o muerto…

A nivel profesional lo difícil lo hacías fácil, daba igual que aquella fractura fuera un verdadero puzzle o tuviera dos fragmentos… Los mejores momentos, siempre en quirófano, con esa tranquilidad que te caracterizaba, y nosotros alucinados de verte.

Voy a echar mucho de menos tus visitas sorpresa, el que me llames, o llamarte y pedirte consejo como se hace con un padre.

Porque nunca fuiste jefe, a veces padre y siempre AMIGO.

Dicen que las personas no mueren si permanecen en el recuerdo y así será.

Consuelo M- Quintana. Clínica Veterinaria Cruz Verde

El viernes 20 de marzo de 2020 será una fecha que no olvidaré, por la tristeza que me trajo, en medio del panorama desolador que vive nuestro país por la tremenda crisis sanitaria y social causada por la pandemia de coronavirus.

Mi Profesor en la Facultad; mi socio durante 12 años en mis comienzos como veterinario clínico en la provincia de Toledo; mi Maestro dia tras dia durante esos 12 años, no sólo en lo profesional sino también en lo humano; mi referente durante la larga, intensa y fantástica etapa que compartimos juntos, codo con codo; mi mentor y protector ante mi inexperiencia de recién licenciado; quien marcó una manera de hacer, con una entrega sin reservas a la profesión veterinaria y a los pacientes que se nos confiaban; un espíritu tenaz y admirable, el de Miguel Ángel Ruiz Ortega, Doctor en Veterinaria, nos dejaba inesperadamente, víctima de la maldita enfermedad.

Conocí a Miguel Ángel en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Yo era alumno de 4º curso, y él profesor asociado del departamento de Patología Quirúrgica II. Durante ese curso fui alumno interno de la consulta clínica de la Facultad, donde hacíamos curas y revisiones de los animales operados; en realidad, mi objetivo era ganar posibilidades para ser seleccionado al curso siguiente, en 5º, como alumno interno de quirófano, donde sabía que trabajaría duro, pero que aprendería mucho. Afortunadamente, así fue, y mis expectativas no eran distintas de la realidad que viví ese intenso año. Recuerdo que no asistí ni un solo dia a clase al aula, pues nuestro trabajo como ayudantes de los cirujanos era diario y necesario. Recogíamos y preparábamos a los pacientes que iban a ser operados, preparábamos los equipos de anestesia y todo lo necesario para el campo quirúrgico, recogíamos éste y todo se montaba de nuevo para el siguiente caso. Vigilábamos el despertar de los operados y los entregábamos a sus propietarios. Finalmente, había que recoger, limpiar todo, esterilizar material, paños, gasas, batas, etc. Para el dia siguiente, y vuelta a empezar.

La vida me ha enseñado que unen más las duras que las maduras, y pese al respeto inicial que imponía Miguel Angel con su barba, su fortaleza y su seriedad, fuimos tratándonos y ganando confianza. Recuerdo una tarde que se anestesió un caballo para castrarlo, y ya sólo quedábamos por las instalaciones de quirófano, en la planta inferior del edificio central de la Facultad, los internos. Miguel Ángel preguntó quien quería realizar la operación; venciendo mi timidez, y viendo que aquello iba a ser una oportunidad única, dije que yo, tras lo que me lavé y vestí, y castré a aquel caballo guiado y ayudado por él. Recuerdo que la euforia me rebosaba por cada poro cuando volví a casa.

Otra anécdota de aquella etapa fue que, en el dia de Nochebuena, una oveja murió, y dejó a su cordero huérfano. Para no andar yendo y viniendo, me lo llevé a casa, donde lo alimentamos con biberones y fue la estrella de las Navidades. Al volver a la Facultad lo llevé de vuelta, ya algo menos indefenso. Todo esfuerzo que se hacía era gratificante, no se le daba importancia, porque veíamos la dedicación de nuestros profesores a diario, ellos predicaban con el ejemplo.

Pude acabar el curso gracias a apuntes prestados que estudiaba. Increíblemente, fue el único año de los seis que pasé en la Facultad que aprobé todo en junio. En Patología Quirúrgica tuve la única Matrícula de Honor de toda mi etapa universitaria, entiendo que más como reconocimiento al trabajo que desarrollamos como internos (con el que, sin duda, aprendimos muchísimo más que todos los estudiantes “de libros”) que por mis méritos lectivos.

Antes de despedirnos para comenzar el verano, fuimos invitados a comer con nuestros profesores en El Pardo. Allí estuvo Miguel Ángel, Laura de la Campa, Juan Josa, Dieter Brandau, y seguro que alguien más que no recuerdo. El ambiente fue de total cordialidad y camaradería, ya éramos “de la familia”. En algún lugar conservo (porque seguro que aún lo tengo) mi “Diploma de Capacitación Mular”, donde se reconocía el esfuerzo, la tenacidad y la constancia que habíamos mostrado como alumnos internos, firmado por todos los profesores.

Tras salir de la Facultad, mi siguiente etapa fue el servicio militar, la mili. Dos meses de instrucción en el CIR de Cáceres, y luego tuve la enorme suerte de ir a la UER, la Unidad de Equitación y Remonta, en la zona de Campamento, en las afueras de Madrid, donde vivía con mi familia. Como soldado veterinario, tuve otro año duro, muy intenso, pues en el cuartel había más de 200 caballos, y como plantilla veterinaria estábamos dos soldados, el alférez, y uno o dos capitanes veterinarios. Heridas, cólicos, cojeras, herrajes nos formaron bastante a fondo en una especie que apenas conocíamos. En un par de ocasiones, Miguel Ángel fue requerido para operar a caballos del cuartel, pues su pericia como cirujano superaba la de los militares al cargo, y así lo reconocían éstos. Uno de estas cirugías fue la extracción de un molar, que recuerdo fue muy larga y extenuante para él. Allí nos reencontramos, y él se debió “quedar con la copla” de que yo sabía algo de caballos, pues en los nueve meses de estancia diaria en el cuartel no hubo día tranquilo, por un problema u otro.

En el verano de 1992, acompañado por mi padre, fuimos al Colegio de Veterinarios de Toledo (mi padre es de Mora, donde estamos orgullosos que el Colegio aún conserve el nombre de mi abuelo, en su memoria), y allí “tomé la alternativa” como veterinario, al aceptar la sustitución en dos quincenas del veterinario titular de Aldeanueva de Barbarroya, un pequeño pueblo que ni siquiera había oído nombrar, lindando con la provincia de Cáceres.

En septiembre de 1992 ocurrió la reestructuración de los servicios veterinarios oficiales, desapareciendo la figura del veterinario titular de uno o varios pueblos, y creándose las de los veterinarios de sanidad y agricultura. El trabajo directo con los propietarios de animales quedó vacante, y yo empecé a trabajar como veterinario de ADS, en las Agrupaciones de porcino de Illescas, y de ovino de La Sagra, Camarena y Quismondo. Me trasladé a vivir en un piso compartido en Illescas, donde hice buenos amigos. Siendo un inexperto total, estaba frente a mi nueva etapa como veterinario, con vidas de seres vivos en mis manos, y la confianza de quien me llamaba de que curaría a su animal. Con más buena voluntad e interés por mis pacientes que aciertos (espero que fueran más que los fallos), fui empezando a rodar en la vida social y profesional, y empezando a tener experiencia.

Miguel Ángel había dejado (tenido que dejar, más bien) su puesto de profesor en la Facultad, al cambiar de titular la cátedra de Patología  Quirúrgica; ocurrió lo mismo con su “hermana” Laura de la Campa, otra bellísima persona. Su mujer, Cristina, había aprobado la oposición de veterinario titular y ocupó su plaza en Escalonilla, donde se trasladaron ambos, a una pequeña casa que, si no recuerdo mal, era la que el pueblo destinaba al médico que estuviera en la localidad.

Miguel Ángel supuso una auténtica revolución para los propietarios de todo tipo de animales, no sólo de Escalonilla y sus pueblos cercanos, sino que su fama llegó y se extendió como la pólvora por Fuensalida, una localidad más grande y más industrial, probablemente más próspera que Escalonilla, más dedicada ésta a la ganadería porcina, fundamentalmente. “Un veterinario que ausculta y toca a los perros”; “hace radiografías”; “los anestesia y los opera, y quedan bien”; “sabe castrar y atender un cólico de un caballo”, eran algunas de las frases populares que recogían la admiración que el trabajo, inédito, de Miguel Ángel despertaba. Por las noches, cuando llegaba a casa tras su jornada de trabajo o sus visitas, había gente esperándole en la puerta para que atendiera a sus animales. Cazadores con sus galgos y perros de escopeta, perros de compañía y hasta algún gato. Recuerdo que, en algún sitio de su casa, que no era en absoluto grande, dejaba “ingresado” con suero a algún animal especialmente grave o debilitado (la parvovirosis por aquel entonces causaba estragos entre los cachorros, pues apenas se vacunaban o no se hacía correctamente).

Con semejante demanda, en algunas ocasiones Miguel Ángel recurrió a mi para que acudiera en su lugar a atender a algún caballo de la zona donde yo vivía (Illescas) y trabajaba (comarca de La Sagra), por algún problema urgente, como una herida o un cólico, al estar yo más próximo. Gracias a lo aprendido en mi etapa de la mili, con los caballos me defendía aceptablemente, y creo que sacaba adelante los casos que me delegaba.

Coincidimos varias veces en reuniones del Colegio de Veterinarios de Toledo, y con la base de nuestro trato en la Facultad, y pese a mi aún casi total inexperiencia, Miguel Ángel me propuso que formáramos una sociedad y abriéramos entre los dos la clínica en Fuensalida, donde varios propietarios que habían descubierto su enorme valía como veterinario le tendrían más cerca y disponible que desde Escalonilla. Sin poder salir de mi asombro, dada la diferencia abismal entre la capacidad de uno y la del otro, acepté. Con un capital social de 10.000 pesetas constituimos Centro Veterinario Fuensalida, C.B. (Comunidad de Bienes), que era la fórmula legal más sencilla y barata para tener un CIF y alta en Hacienda, con la que legalizar nuestro trabajo.

Así, con todo lo que Miguel Ángel aportó (instrumental de cirugía general y traumatología, aparato portátil de radiografías, material de todo tipo) empezamos a trabajar, reinvirtiendo cada duro ganado en la clínica, que abríamos los lunes, miércoles y viernes por la tarde (por las mañanas estábamos yo con mis ADS y él con sus visitas y cirugías), y los domingos por la mañana, “para atender a los perros que se accidenten durante la jornada de caza”. No mucho después, nos vimos en la necesidad de abrir todas las tardes, y durante ellas Miguel Ángel operaba (si era el caso), y yo pasaba consulta, donde tenía que intentar suplirle, pues él era la referencia para la mayoría de propietarios que venían con su animal. La frase “¿Y no está Miguel Ángel?” aún retumba en mis oídos, de tantas veces como la escuché.

Recuerdo que uno de mis casos fue un perrito viejito que no paraba de toser. Yo le auscultaba y no sabía que tenía. Le mandé antitusígenos y antibióticos, que no le hicieron efecto, y el perrito murió, por un edema pulmonar, con gran enfado de su dueña, que en buena lógica me recriminó no haber sido capaz de diagnosticar ni tratar a su perro. Miguel Ángel me “echó un capote” hablando con ella y dándole las explicaciones oportunas, que la calmaron. No olvidaré nunca que el origen de la tos también puede ser cardiaco, y este perrito murió porque yo no supe detectar su soplo mitral, y Miguel Ángel acudió a mi rescate a suavizar mi error.

Recuerdo también una tarde intensa, al final de la cual Miguel Ángel recibió la llamada de una compañera veterinaria que solicitaba su ayuda para atender a un caballo con cólico en Miguel Esteban, a unos 100 km de Fuensalida. Me dijo que si me iba con él, y ya de noche cargamos con las sondas, sueros, vaselina, etc su Opel Kadett ranchera blanco, y para allá que fuimos. El animal tenía una impactación fecal que Miguel Ángel diagnosticó por palpación rectal, y el sondaje nasogástrico, lavado de estómago y vaselina, fueron la salvación de aquel caballo. De vuelta a casa, yo iba agotado, y Miguel Ángel condujo todo el rato sin desfallecer, pese a que había llevado todo el peso de la atención al caballo. Y al dia siguiente, vuelta a empezar.

También recuerdo el caso de un husky que llevaba cojeando semanas de una extremidad posterior. Sus dueños le traían desesperados para que se le hiciera unas radiografías y se averiguara que tenía. No hicieron falta: Miguel Ángel le puso las manos en la rodilla, y le diagnosticó certeramente, en menos de un minuto, la rotura del ligamento cruzado anterior. Unos días después, le operó, y el perro volvió a apoyar su pata. Por cosas así, totalmente novedosas no sólo en Fuensalida sino diría que también en toda la comarca, su fama fue creciendo como un veterinario “nunca visto”, y que hacía también “lo nunca visto”, y lo hacía además extraordinariamente bien.

Yo, a su lado, sólo podía empaparme de sus conocimientos, e ir progresando como veterinario. Fui, sin duda, un auténtico privilegiado, durante los 12 años que compartimos como socios, trabajando duro casi de la mano.

La clínica de Fuensalida nos demandó que abriésemos a diario, por las tardes, y dejamos de trabajar los domingos pues no había tantos accidentados que atender inmediatamente como en un principio pensamos. Tuvimos nuestra primera auxiliar, Venus, que nos echaba una mano en el horario de la clínica.

Miguel Ángel tuvo la idea de abrir un consultorio en La Puebla de Montalbán, y atenderlo él las tardes que yo me quedaba solo en Fuensalida. Al cabo de un mes, decidimos llevarlo entre los dos, si bien él lo atendía más por proximidad, al igual que me ocurría a mí desde Camarena, donde vivía. El consultorio no prosperó, y al cabo de 1,5-2 años decidimos cerrarlo.

Cristina y Miguel Ángel se trasladaron a vivir a Toledo, pues buscaban, supongo que entre otras cosas, un centro escolar mejor para sus hijos, Aurora y Javier. Como Miguel Ángel, además de un “culo inquieto”, era una mente inquieta, tuvo la idea de que pusiéramos una clínica en Toledo capital, en la zona de Buenavista, una zona en crecimiento, donde aunque enfrente teníamos el campo, algún día habría viviendas y población que pudiera acudir a la clínica. Cambiamos la estructura legal de la empresa a una Sociedad Limitada, y nos pasamos a llamar CVF Veterinarios, SL, pues no podíamos olvidar de dónde procedíamos, Fuensalida, cuya clínica seguíamos atendiendo, y que seguía su crecimiento. Nos fuimos rodeando de compañeros que nos ayudaran, pues Miguel Ángel seguía atendiendo mucho trabajo fuera de la clínica (caballos, cirugías que realizaba en otras clínicas), y así conocimos a Marta López, que venía de Cáceres, Javier Duque (un veterinario increíblemente brillante pese a su juventud), Consuelo Merchán, Merche Cano, Vicente García, Loreto Molina, Jorge Moreno o Juan Antonio Márquez (espero no olvidar a ninguno). También nos ayudaron mucho nuestras auxiliares, Gema Fernández en Fuensalida, o Lorena Jiménez en Toledo, y nuestras peluqueras Belén Anula o Estíbaliz Domínguez, respectivamente.

De mi etapa viviendo y trabajando por Illescas, había cogido cierto buen nombre en Esquivias, probablemente favorecida porque llevaba el maletero de mi coche ocupado por completo con mi botiquín, y hacía visitas a domicilio que resultaban cómodas para la gente. Con el “espíritu emprendedor” (que no empresarial; siempre fuimos más aficionados al bisturí que al libro de cuentas) por bandera, montamos otro consultorio allí.

Yo dejé mi trabajo en las ADS, pues veía que la ganadería iba “de capa caída” en la zona norte de Toledo especialmente, donde era más rentable vender la nave o el terreno del ganado para que se construyeran viviendas, que estar los 365 dias del año ordeñando ovejas. Así, empezamos a abrir en Fuensalida tanto por la mañana como por la tarde, al igual que en la reciente clínica de Toledo. En Esquivias íbamos tres tardes a la semana, rotando con los compañeros que en esa etapa estuvieran en la plantilla de CVF. Aún conservo los trípticos en los que anunciábamos, orgullosos, las tres clínicas; incluso conseguimos dos patrocinadores que, a cambio de aparecer su publicidad en ellos, nos ayudaron a pagar los gastos de diseño e imprenta.

Durante esa etapa, “centralizamos” parte de nuestro servicio en la clínica de Toledo. Algunos pacientes los derivábamos allí para obtener mejores radiografías, atendíamos las urgencias de los fines de semanas allí, y durante la semana el equipo rotaba para dar el servicio veterinario en las tres clínicas, aunque nuestra principal fuente de trabajo seguía siendo Fuensalida. Miguel Ángel seguía siendo muy solicitado por cada vez más compañeros para realizar cirugías en sus clínicas, y él, que no sabía decir que no a nadie, atendía todo lo que materialmente podía en las 24 horas que tenía el dia. Siempre me pareció sobrehumana la capacidad de trabajo que tuvo, intentando no rechazar a nadie, no por aspiraciones económicas de mayores ganancias, sino por no fallar a ningún compañero o propietario que pusiera su confianza en él o requiriera de sus servicios.

Pero aquello tuvo también sus consecuencias negativas. Los compañeros del equipo iban saliendo y llegaban otros, que tenían que incorporarse a la dinámica del grupo y al ritmo de trabajo, que no cesaba de crecer. Trabajábamos sin descanso, algunas veces de noche, y tuvimos que replantear la situación. Pensamos en disolver la sociedad y que cada uno se hiciera cargo de una parte de lo que habíamos creado, centrándonos cada uno en su parcela, y no “intentando estar en todas partes y resultando no estar en ninguna”. Así, tras un periodo de tiras y aflojas, finalmente sorteamos quien se quedaría con la clínica de Toledo, y quien con las de Fuensalida y Esquivias. El resultado fue que Miguel Ángel quedó en Toledo, y yo en Fuensalida y su satélite. Viéndolo con la perspectiva del tiempo, pienso que el destino nos colocó donde mejor podíamos hacerlo, y creo que ambas clínicas crecieron por separado más de lo que lo hubieran hecho juntas. Esquivias fue decayendo hasta que se traspasó. Nuestros compañeros en ese momento, Consuelo, Marta y Juan Antonio, también se repartieron entre ambos, quedando la primera con Miguel Ángel en Toledo, y los dos segundos en Fuensalida conmigo.

Inevitablemente, la disolución de la empresa común hizo que nos distanciáramos, tanto físicamente en dos localidades separadas, como laboralmente, pues cada uno se centró en atender su clínica como mejor entendió, y personalmente, ya que el contacto era menos frecuente. Nos veíamos cada vez más de tarde en tarde, y pese a que compartíamos un rato de conversación y recuerdos, en los que quedaba patente nuestro mutuo aprecio, la relación fue “perdiendo fuelle”. Miguel Ángel empezó a tener problemas de salud, tal vez derivados de su extenuante trabajo, sin tregua durante tantos años. Envejeció físicamente, tal vez para mi era más patente al verle menos frecuentemente, y dejó de participar en muchas actividades sociales como reuniones en el Colegio, conferencias de formación u otros actos, a los cuales asistía antes asiduamente.

La que resultó a la postre ser la última vez que tuve contacto con él, fue en enero, en una llamada telefónica que me hizo para pedirme referencias de Diego, compañero que trabajó conmigo en Fuensalida el año anterior, y que le había dejado su curriculum. Le encontré como últimamente, cansado pero con “gasolina” para seguir adelante.

La noticia de su fallecimiento me cogió absolutamente por sorpresa, y me dejó paralizado, no podía creerlo, ni mucho menos que hubiera sido por el maldito coronavirus. Aún hoy, dos días después, no me hago a la idea de que se ha ido mi compañero de fatigas durante 12 años, mi maestro y guía en la veterinaria y en la cirugía, mi tutor en tantos aspectos de la vida que me sucedieron con él al lado y ante los que te daba su consejo, basado en su experiencia y “mundología”, como el llamaba al trato con la gente. Nunca olvidaré su fino humor, su ironía, que sacaba a relucir pese a su aspecto serio. Y es que detrás de su fortaleza física, que yo conocí en todo su esplendor, estaba la bondad de un ser humano excepcional. Ahora veo que, conforme fue mengüando la primera, fue creciendo la segunda, aunque yo ya no fui testigo de primera fila de ello, pero el aprecio demostrado tras su marcha por tantísimos compañeros que le conocieron y trataron, no deja lugar a dudas de ello. Hoy, todos estamos ya echándole de menos, en esa costumbre tan española de ensalzar “a título póstumo” a los mejores que se nos han ido, y de la que no nos hemos podido escapar, porque su súbita pérdida no nos ha permitido agradecer a Miguel Ángel en vida lo muchísimo que nos dio y nos enseñó.

Si nosotros, los que fuimos sus compañeros y discípulos a un tiempo, estamos paralizados por lo triste y brusco de la noticia de su pérdida, su familia, Cristina, Aurora y Javier, deben estar destrozados. Y Leonor, su compañera de promoción, que sentía un aprecio y admiración por él  que mantuvo (mantuvieron) durante todos estos años, algo que yo creo que a Miguel Ángel le resultaba extraordinariamente gratificante. Y Álvaro, su auxiliar y “mano derecha” en estos últimos años en la clínica de Toledo. Para ellos cinco especialmente les mando un fuerte abrazo.

Sirvan estos recuerdos que he recopilado como mi homenaje, reconocimiento y despedida a Miguel Ángel, como abrazo a sus amigos, y espero que como consuelo a su familia. Nunca le olvidaremos.

Descansa en Paz, Amigo Miguel Ángel.

Fernando Martín. Centro Veterinario Fuensalida

El pasado día 21 ha fallecido un maestro, un excelente profesional y mejor persona, humilde, amigo de sus amigos, siempre disponible para el que lo necesitara. Ha fallecido Miguel Ángel Ruiz Ortega .

Echaré de menos su ironía, su media sonrisa, su sonrisa con los ojos. Descansa en Paz, querido amigo.

Maldito Coronavirus

Mariam Bouzid. Santevet

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